Lo dice el refrán: “No hay mal que por bien no venga”. La pandemia visibilizó algunas debilidades del sistema educativo argentino, pero hoy siento que hay aires de cambio ☺
Hace un tiempo necesité compartir a vivas voces lo que estaba sintiendo, como profesora de informática, a través de un artículo que llamé “La informática subestimada”. Nunca antes, y a nivel global, la humanidad requería contar, en forma inmediata, con habilidades digitales para las cuales estábamos insuficientemente preparadas las personas, en general. Esto último no me hacía tanto ruido como sí el hecho de que quienes estuvieran en esas condiciones fueran docentes y estudiantes, porque si hay un derecho universal al cual no debe derribar ni la pandemia, es la educación.
Pasó todo un año de educación mediada por tecnologías digitales y ya se está reflexionando acerca de la escuela del futuro, de aquello que lograremos capitalizar como fruto de esta experiencia inolvidable. En el mientras tanto, hay muchas decisiones que tomar a nivel de política educativa, pero me interesa detenerme en la relación entre “calidad educativa” e “igualdad de oportunidades para todos los niños, niñas y adolescentes” de nuestro país. ¿Qué respuesta se les dará en cuanto a la formación que exige el actual siglo XXI? Celebro la cantidad de iniciativas oficiales y extraoficiales que han surgido para fomentar la programación y la robótica, para acercar a “las chicas” a la tecnología, y para incorporar la educación digital en los diseños curriculares, pero me pregunto el porqué de la necesidad de aplicar parches. ¿Por qué todos esfuerzos separados, en lugar de reconocer la especificidad de la disciplina informática y asignarle un lugar propio en los diseños curriculares de todas las jurisdicciones argentinas? Si en definitiva “todos” esos aprendizajes son incumbencia de la Informática o de las Ciencias de la Computación (a esta altura, el nombre es lo de menos). Si en definitiva, “todos” los niños, niñas y adolescentes deberían formarse bajo los mismos estándares de buena calidad. Es cierto que las escuelas cuentan con algo de libertad para diseñar su propio proyecto, pero esto se hace en base a lineamientos oficiales cuyo espíritu es, justamente, garantizar un piso mínimo. Mientras la informática no sea incluida a través de un espacio propio, seguirán las desigualdades en la formación de “lo digital”. En lo personal, me resulta inquietante que se crea que con el uso transversal de las TIC alcanza para aprender. Para aprender Informática, ¿es suficiente que el alumnado utilice aplicaciones en el contexto de las distintas asignaturas? Es una analogía antipática, pero se me ocurre pensar que el profesor o la profesora de “cualquier” asignatura sabe leer y escribir, entonces ¿sería correcto prescindir, en el nivel secundario, del espacio curricular destinado a profundizar el aprendizaje de la lengua, si a esa altura todos y todas saben leer y escribir, y seguirían haciéndolo en todas las materias? No estoy hablando por fanatismo sino por la imperiosa necesidad de adecuar cierta parte de la propuesta educativa a los tiempos que corren.
La manera en que la informática se implementará en la escuela es un debate muy interesante, el cual tarde o temprano nos tendremos que dar. Al respecto, resulta esperanzador escuchar la postura de importantes agentes de la comunidad educativa, a quienes tuve el gusto de escuchar a través de entrevistas realizadas para la columna de Educación Digital en Sintonía Educar y para el programa “La Informática Como Materia” de ADICRA. Por ejemplo, la Doctora en Educación Mariana Maggio habla de la inclusión digital como un derecho; sostiene que es central pensar en la formación disciplinar en informática; reconoce que hay mucho por hacer en materia de actualización del curriculum y que la implementación es compleja, pues para incorporar nuevas asignaturas, hay que disminuir la carga de otras. Lo que rescato como interesante es su afirmación respecto a que, sin dudas, la informática debe tener un espacio en la formación sistemática del alumnado. En otra oportunidad, escuché a Laura Magnifesta, Directora de Comunicación de Mumuki, una empresa argentina de tecnología educativa que busca impulsar la enseñanza de la programación. Confiesa que le gusta investigar sobre educación y confirma que la mayoría de las personas que se dedican al tema educativo coinciden en que es importante que la informática tenga un espacio curricular propio, sin esto significar que no pueda dialogar con otras disciplinas. De hecho, cada vez más las distintas disciplinas necesitan de los saberes informáticos. Si bien la misión de su empresa se orienta a formar en programación, como un conocimiento que puede aplicarse transversalmente, sostiene que para ejercer la ciudadanía en este mundo digital, tiene que ser una realidad en todas las escuelas porque se trata de conocimientos fundamentales, y la inclusión digital debe ser igual para todos y todas.
Por último, quiero mencionar al Doctor en Ciencias de la Computación Fernando Schapachnik, director de la iniciativa Program.AR de Fundación Sadosky, quien se declara escéptico acerca de la enseñanza transversal de la ciencia en cuestión. Su nota de opinión publicada en el Diario Perfil en el día de hoy, no tiene desperdicio.
De manera formal, la programación y la robótica están pidiendo entrar a la escuela, al igual que lo está haciendo la seguridad digital. Y muchos profesionales opinamos que #LaInformáticaComoMateria no puede seguir estando ausente de la formación escolar básica. Escuché decir a la Dra. Mariana Maggio en la entrevista citada más arriba que “(…) las condiciones van ayudando frente a una realidad que cae por su propio peso.”
Hoy siento que hay aires de cambio ☺